Empezaba a llover, y las gotas me hacían pensar que no lo iba a volver a encontrar. Abandoné, ya lo buscaría mañana, pensé. Pero mientras volvía a casa lo vi, en el único sitio donde podía estar. ¿Cómo no lo había visto antes? Entré apresuradamente. El salón de baile de la planta de abajo tenía todavía ese aspecto acogedor que recordaba, con luces cálidas y anaranjadas. Pero no era allí donde quería quedarme. Subí tranquilamente al segundo piso. Que solo estaba activo cuando alguien lo reservaba para una fiesta privada. Antes de entrar en la antigua sala de baile, que había aguantado allí a pesar de los numerosos bombardeos que durante la Segunda Guerra Mundial acosaron Berlín, me fijé en las numerosas sillas y mesas rotas que había tiradas en el pasillo de al lado, dejé tranquilos a los usados muebles y entré.
Había grandes ventanas, pero todas estaban tapadas, de forma que entraba poca luz, con forma de hilos dorados. La sala de baile tenía grandes espejos en sus cuatro largas paredes, casi todos con numerosas y preciosas grietas.
Todo allí, cada insignificante mota de polvo allí, me recordaba a mi abuelo. Me recordaba los buenos momentos que pasé tocando para él, y las largas charlas que tuvimos en el bar de al lado. Solo él, yo y nuestras jarras de medio litro. Él siempre se terminaba la cerveza antes que yo.
Sentí una punzada de dolor, busqué con la mirada y encontré el viejo piano de cola, arrinconado en una esquina. Como siempre. Levanté la tapa y acaricié las teclas durante segundos, minutos, horas. Él me escuchaba desde el banco del final de la sala, con los ojos cerrados. Como siempre.
Empecé con Schumann, pasando por un lento blues triste. Le llegó el turno a Eric Satie, a Debussy, y después a un compositor anónimo, que compuso hace mucho tiempo unas variaciones sobre un tema popular ruso. El piano dejó de sonar, pero permanecí sentado durante un tiempo.
Era hora de irse, de tomar una cerveza, de hablar durante un rato agradable. Era el momento de volver a casa. Miré hacia el banco, pero ya no había nadie sentado.
hermoso no sé porque me hizo pensar en mis abuelos aunque no los conocí nunca.
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Supongo por tu comentario que el amor hacia los seres queridos lo he expresado bien… Gracias
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Pues si yo estoy ahorita con Rayuela así que me he tomado una licencia pues a Cortázar hay que desenredarlo cono el cabello rizado de Rapunzel.
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Una entrada preciosa y muy bien escrita. Me gusta como escribes, sí.
Un abrazo grande…
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Muchas gracias!
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Saludos.
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Me gusta tu blog!
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