– Se lo voy a repetir una última vez, cuando toma una decisión, ¿suele mantenerla? -le preguntó con voz cansina, pero al mismo tiempo comprensiva. Era un hombre barbudo, con gafas redondas, que en general tenía un gesto amable en su cara.
– Siempre le respondo lo mismo. Estoy harto de responderle lo mismo. Es fácil, hablemos de otra cosa, ¿qué tal se encuentra?
Dijo esto en un tono sumamente amable, como si deseara con toda su alma saber cómo se encontraba el psicólogo.
– Sabe que no puedo hablar sobre mí en lo que respecta al ámbito privado, señor Townley.
– ¡Al diablo con eso y con el ámbito privado! -se paró en seco, como sorprendido por su propia voz- Aunque claro, usted no quiere que le despidan, y tiene que seguir las normas, por estúpidas que sean…
– Exactamente, señor Townley -respondió mientras anotaba algo en su cuaderno. Daniel, que es como se llamaba el señor Townley, hizo como que no lo notaba.
– Espere un momento… ¡Pero si esta clínica es suya!
– No se altere, señor Townley, no se altere. Volveré a preguntarle otra vez…
– Señor Townley, señor Townley, señor Townley. Le responderé con gusto. Mantengo mis decisiones, hasta que ya no me gustan.
– ¿Y entonces cambia de opinión?
– Por supuesto que cambio de opinión. Uno hace lo que siente que es lo correcto, y si siente que la decisión que tomó hace tiempo no es la correcta, la cambia. Así de sencillo.
– Eso está muy bien, pero no puede hacer eso cada minuto. Su mujer le ha traído aquí por eso ¿recuerda?
– Por favor, deje de tratarme como si me costara asimilar lo que dice. Como si estuviera loco, o peor, como si fuera tonto. Ya sé que mi mujer me ha traído aquí. Estoy harto de Clara y de su palabrería constante.
– Sabe que le ha traído aquí porque está preocupada por usted. Señor Townley, ya ha estado viniendo aquí durante dos semanas -se levantó, caminando mientras hablaba por la habitación- Creemos que tiene usted un trastorno bipolar, tenemos que seguir con las consultas para especificar si es grave o no.
– Lo dice en tono como demasiado serio, le quita la seriedad -se rió- Diga por favor en ese tono: su familia ha muerto. Venga, hágalo, si es usted un profesional debería trabajar su tono serio, queda fatal, le da un toque de psicólogo novato.
– Deje de decir estupideces, ya es la hora, hemos acabado por hoy.
Dicho esto, recogió sus cosas y abandonó la habitación. Daniel se levantó con una sonrisa marcada en el rostro. En la calle se puso su abrigo negro y el gorro rojo. Le gustaba mucho su gorro rojo, le daba un toque de acción a cualquier cosa. Era muy diferente hacer la compra o tomar un café con él. No era tan aburrido.
Sacó un cigarrillo, le ponía muy nervioso soltar vaho, era humo de mentira. Le apetecía volver a casa con Clara. Dios, como quería a Clara. A veces era bastante cansina, pero igualmente era adorable. Siendo pesada era mucho mejor que cualquier otra persona no siéndolo.
Echó a andar por la solitaria calle, no en la dirección correcta, pero al fin y al cabo, todos los caminos llevan a Roma.
Genial
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Gracias!
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Engancha
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Gracias!
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Me gusta tu cuento. Ese mundo de confusión en el que vivimos está bien ambientado, parece que no sabemos a dónde vamos ni qué es lo importante. Te animo a seguir con tus cuentos y tus opiniones. Felicidades por tu blog.
http://primaduroverales.wordpress.com/
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Gracias!
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muy buen argumento para descifrar la bipolaridad, la conozco, un saludo cordial
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Gracias!
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Hola de nuevo,
un relato interesante. Me ha llamado la atención porque estoy trabajando en un relato dónde una paciente esta siendo tratada por su psiquiatra y leer esto me ha dado un par de ideas.
¡Muchas gracias y felicidades por el texto!
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Gracias!
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Genial, totalmente entretenido. Es una lectura directa y con un toque de humor. Saludos!
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Muchas gracias! Es una descripción sencilla que lo dice todo
Un saludo
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Bellas letras, un abrazo y feliz Inicio de Semana Umagah
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Gracias, igualmente Leyla!
Un saludo
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